El insólito encuentro en la cárcel de un Premio Nobel con el femicida del country

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Nadie los presentó. Uno sabía con quién estaba hablando. Probablemente el otro no. Fue durante el desayuno de la curiosa visita de un Premio Nobel de Literatura a una cárcel bonaerense, donde ocurrió algo impensado: Fernando Farré, el femicida del country que hace más de un año mató a su esposa de 74 puñaladas, ese ejecutivo de distintas multinacionales que llegó a codearse con grandes estrellas, volvió a sentirse importante. Al menos por un par de minutos.

El sudafricano John Maxwell Coetzee y el ex representante de Coty se encontraron en el aula más grande que tiene el Centro Universitario de la Unidad Penitenciaria Nº 48 de José León Suárez, donde habitualmente se realizan talleres culturales. Allí charlaron cerca de veinte minutos. Para el escritor –que no habla castellano– fue una grata sorpresa encontrarse con alguien que tiene un inglés tan fluido como Farré.

El femicida no participó del taller de poesía y crónica que organiza la Universidad de San Martín en el penal de José León Suárez, pero accedió al sector porque es estudiante regular. Hace unos meses comenzó a cursar la carrera de Licenciatura en Sociología que se dicta en este penal.

Cuando fue detenido, a fines de agosto del año pasado, en el country Martindale de Pilar, estaba desocupado. Licenciado en Administración de Empresas en la Universidad Católica (UCA), llegó a ocupar cargos importantes en la parte de marketing de empresas como Coty, Avón, L’Oréal y Coca-Cola, entre otras. En su currículum se define como líder y apasionado por su trabajo. “Me las arreglé para entregar mayores ventas, beneficios y cuota de mercado a empresas internacionales en las bebidas, perfumes y cosmética”, explica. También cuenta que habla cuatro idiomas: español, inglés, portugués y francés.

Farré llegó a la Unidad Nº 48 luego de estar alojado en la alcaidía penitenciaria de Lisandro Olmos y en la Unidad Nº 34 de Melchor Romero, ambas en el partido de La Plata. Pese a que su defensa intentó probar que actuó bajo emoción violenta, nunca pudo obtener un beneficio para llegar en libertad al demorado juicio oral (ver aparte).

Una devolución. En abril pasado, el Premio Nobel de Litertura 2003 ya había visitado la Unidad 48 de José León Suárez, como una actividad subsidiaria de sus actividades en la UNSAM (Universidad Nacional de San Martín). En aquella ocasión había dejado a los asistentes a los talleres de poesía, crónica, narración oral y escrita y teatro una breve consigna: pensar una palabra que les hubiera quedado en la mente desde la infancia.

De los textos escritos por los treinta asistentes, los docentes eligieron quince y los tradujeron al inglés. En esta sergunda visita, Coetzee, con ojos de hielo, escuchó las intervenciones con dedonada atención, pero las devoluciones fueron más bien pocas. En un momento se limitó a decir: “Me llegó al corazón”, pero no mucho más.
De todos modos, no es difícil imaginar que a los reclusos les bastaba ser oídos, y eso parece haber comprendido Coetzee. En una sala atestada de reclusos, visitantes, periodistas, fotógrafos y guardias, los textos fueron leídos por sus propios autores en ciertos casos, y en otros por un “suplente” (a uno la emoción le impedía leer con corrección). Sobre el final, un recluso pidió permiso para leer un texto breve que no estaba entre los seleccionados, cosa que el autor de Desgracia autorizó. El texto en cuestión, tal vez de lo mejor que se oyó esa mañana, con un final imprevisto, consiguió que los asistentes presenciaran algo que pocas veces les está dado presenciar a los humanos: John Maxwell Coetzee sonriendo.

Como corolario, se ofreció a todos los que asistieron al evento, reclusos y visitantes, un café con facturas realizadas en el penal mismo. Ocasión para intercambiar algunas escuetas palabras con el hombre que se expresa magníficamente escribiendo, pero a quien hablar no le gusta mucho.