Los Gomeros: escuela de delincuentes en el sur de Capital

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Fuente: Clarín

En Medellín, durante los tiempos más duros del narcotráfico, el niño que quería formar parte del cártel debía matar a un indigente. En Chicago, para unirse a las pandillas, los adolescentes tienen que dejarse golpear por el resto del grupo durante un minuto. En Villa Soldati, ciudad de Buenos Aires, lejos, muy lejos, de dos de las ciudades que llegaron a tener las tasas de homicidios más altas del mundo, los adolescentes extranjeros también deben cumplir con una consigna si quieren unirse a “Los Gomeros”, una banda que funciona como una escuela de delincuentes.

“Es una especie de bautismo”, describe Laura, enfermera y vecina de un asentamiento de Soldati. “Les piden que ‘fajen’ y roben a alguien de la comunidad boliviana. Después de eso nadie los toca: el barrio sabe que son chorros”. Los extranjeros suelen ser uruguayos, paraguayos o mismos bolivianos, que cumplido el requisito forman parte de una familia de argentinos que mantiene el terror en el sur porteño desde hace casi 20 años.

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El ritual es propio de barrios de Soldati, como Fátima, Carrillo, La Paloma o Los Pinos, entre otros, pero los robos y agresiones ocurren en todas las villas. En silencio. Casi no hay registro en comisarías de este tipo de delito.

“Los Gomeros” nacieron en villas de Lugano. Pero a principios de la década pasada tuvieron que dejar ese barrio por un problema con un grupo de narcos paraguayos. La disputa había nacido por un homicidio. Así, llegaron a Soldati.

Se los reconoce de esa forma porque tienen una gomería en la zona. A pesar de eso, el grupo más pesado para en un santuario del Gauchito Gil de la villa Fátima. Se dedican a la usurpación y venta de terrenos, comercialización de drogas, secuestros y robos. Fuera de las villas de Soldati, y adentro.

Sus líderes son los Arancibia. Algunos de ellos fueron detenidos por homicidio. Otros, por secuestros. En mayo pasado, el Tribunal Oral en lo Criminal 2 condenó a nueve miembros por ocho causas que representan 31 delitos, ocurridos entre 2013 y 2014, como homicidio agravado, amenazas y usurpación. Dos de ellos recibieron penas de prisión perpetua.

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“Son diez cabecillas”, dice Laura, la vecina boliviana que, contando a sus familiares, fue víctima de más de diez robos cometidos por la banda. “Pero hace poco se unieron y fueron más de 40, algunos con armas largas, que llegaron a echar a unas personas que querían usurpar una canchita que ellos explotan, cobrándole a las comunidades, por más que sea gratuita”.

Clara (tiene una verdulería en el GBA) enumera cómo cambió su vida a partir de esta banda: “No podemos dejar la casa sola ni recibir visitas; nuestros chicos no pueden jugar fuera de casa porque les pegan y roban por ser hijos de bolivianos…”. Y añade: “Estás presa de un ambiente del que no podemos salir. Hay muchísimos paisanos que se fueron de Argentina llorando, cansados de esto”.

“Asaltan a cada persona de la comunidad que llega a los barrios de Soldati. Es una especie de derecho de piso que pagamos”, prosigue Clara.

La comunidad boliviana que vive en las villas porteñas ha implementado distintos cuidados para evitar ser golpeados y asaltados. Hasta han tenido que poner dinero de sus bolsillos para vivir algo más tranquilos. Algunos de sus pasillos están enrejados. En cada esquina se coloca una reja y se le entregan llaves a cada vecino. El segundo, el más sorprendente, consistió en la instalación de alarmas.

En cada villa hay cuatro o cinco familias que tienen una alarma en sus casas. Los vecinos de la comunidad, cuando presencian una agresión o un robo a un paisano, deben llamar y avisar a alguna de las familias, que tocan la alarma y suena en toda la villa. El paso siguiente es salir en grupo y buscar a la víctima. La tercera consiste en salir de a grupos a tomar el colectivo. A esta altura del año, por ejemplo, solo a la mañana, y solo en un barrio, puede haber tres grupos: Los de las 7, los de y media y los de las 8.

Otro delito que también sufren los bolivianos son los robos a casas. Los ladrones argentinos entran armados, de madrugada por lo general, y se llevan todo. El día más elegido es la noche de Navidad. En pleno brindis.

Para Clara, los vecinos que nada tienen que ver con el delito son cómplices: se la pasan comprando lo que les roban. Le ha ocurrido de ver a sus vecinos usando la ropa que antes era suya o de su familia, hablando con sus celulares y usando heladera y televisores que había comprado con su esfuerzo. En esos casos, los ladrones que quedan al frente les gritan a los demás vecinos, justificándose: “Los robamos porque son transas”.

Los ladrones que roban dentro de los asentamientos, según las vecinas consultadas por Clarín, más otras que sumaron su testimonio por teléfono, tienen estos conceptos del inmigrante: al peruano no se lo toca “porque está re loco”; al paraguayo es difícil asaltarlo porque es una comunidad muy unida, que se junta para defenderse entre sí. Y al boliviano se lo ve como sumiso: no se va a oponer ni resistir.

A los vecinos aconsejan resistirse. “Les decimos ‘tienen que animarse; si no van a hacer lo que quieran contigo’”, dice Laura. Por esta y muchas cosas más dice que se hicieron odiar por los ladrones, que las acusan por sus denuncias a la Gendarmería.