Barreda vive en una casa prestada y lejos de los lujos del pasado

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CARP”, “Racing”, “Tigre”. Esta vez las paredes de la vivienda que habita no tienen mensajes en su contra. Ni a su favor.  En ese rincón alejado del conurbano bonaerense, Ricardo Barreda (80), uno de los peores asesinos de la historia argentina, pasa casi inadvertido. Tal vez, lo único que le haga ruido al odontólogo de La Plata sea que entre las pintadas callejeras no figure “Estudiantes”, el club de fútbol del que es hincha. Pero es tan solo un detalle menor.

Pese al aparente anonimato del que goza en su nueva residencia, el diario Perfil lo sorprendió este jueves en una tarea doméstica: lavando la ropa. “¿Por qué no se van a sacar fotos a otro lado?”, llegó a decir entre dientes cuando el fotógrafo de este diario lo apuntó con la cámara en la calle de tierra por la que caminaba.

Barreda no llevaba una escopeta, sino una palangana con ropa mojada y broches adheridos a su camisa desabrochada por el intenso calor del verano.

Refunfuñando, continuó su marcha encorvada hacia el interior de la propiedad. Ingresó por un portón abierto de par en par, que advierte “no dejar salir a los perros”, aunque los animales corretean libremente por la vereda, tal como su nuevo dueño.

El odontólogo no disimulaba su enojo, pero evitó detener su tarea. Colgó una prenda de vestir en una soga improvisada y se retiró hacia el fondo del terreno con sus zapatillas de color blanco, impecables pese a la polvareda.

En la miseria. Troncos del Talar, la localidad de Tigre donde Barreda consiguió fijar domicilio para la libertad condicional que le fue otorgada al borde de fin de año, es muy distinto al céntrico barrio porteño de Belgrano donde residió con Berta “Pochi” André entre 2008 y 2014.

Su nuevo hogar es parte de una propiedad más grande, de color rosado, que está ubicada sobre la calle Ozanam, a la vera del canal Almirante Brown, un breve desprendimiento del arroyo Reconquista.

Dicen que la casa en la que reside pertenece a uno de sus familiares, aunque, en realidad, sería de un amigo del odontólogo platense, del que no trascendió la identidad.

El barrio no hizo que cambiara el modelo de anteojos, pero sí su actitud. En Belgrano, el cuádruple homicida parecía estar a gusto y hasta llegó a ser una figura admirada con ironía y machismo. No sólo permitía ser fotografiado, sino que parecía gustarle. Así, fue retratado en el Hipódromo de Palermo, en la peluquería, en sus viajes por el interior del país –incluso en su visita a la cárcel de Ushuaia–, en su regreso a la ciudad de La Plata y “caceroleando” contra el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, en perfecta sintonía con sus vecinos de la zona norte de la Ciudad de Buenos Aires. Ahora prefiere pasar inadvertido.

A algunos vecinos del barrio de Talar les inquieta su presencia. A otros les inspira temor. El resto ignora su existencia y preguntan con ingenuidad: “¿Es el que sale en la televisión?”. No conocen la historia del hombre que fue condenado a prisión perpetua por haber matado a escopetazos a su esposa, Gladys McDonald, a su suegra, Elena Arreche, y a sus dos hijas, Cecilia y Adriana, en noviembre de 1992. Tampoco parece importarles demasiado. Como sea, niegan querer organizar un escrache o molestar por su pasado al anciano asesino. El único repudio que recibió en Tigre fue el de Malena Galmarini, esposa del diputado nacional Sergio Massa y actual concejala.

“Es una aberración que un femicida quede libre. Barreda es un asesino, aunque el humor machista lo haya convertido en héroe. Tanto logramos avanzar en nuestro municipio durante los últimos años en materia de protección de la mujer, con programas de prevención y de asistencia, que esta decisión de la Justicia es un paso en falso. Los vecinos tenemos derecho a saber qué motivó al juez a premiar y liberar a un criminal, y qué garantías nos brinda de que Barreda no es una amenaza para la sociedad”, dijo la referente del Frente Renovador. Pese a lo enérgico del reclamo, esa sea quizás la última voz de repudio que Barreda reciba en la última etapa de su vida.