Gracias a la llamada de una niña, capturan a un violador que pasó siete años prófugo

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Sin necesidad de cambiar su identidad, un hombre condenado a 20 años de prisión por haber abusado sexualmente de un chico de cuatro años al que llevaba a un colegio de San Isidro se mantuvo prófugo durante más de siete años, protegido por su familia, en un almacén de barrio en Córdoba.

Aunque periódicamente el tribunal bonaerense que lo condenó renovaba el pedido de captura, la policía no hacía lo suficiente para encontrarlo; es más: ni lo buscaba. Circunstancialmente, en un juicio por otro caso, los jueces conocieron a un grupo de detectives de Interpol encargados, precisamente, de la búsqueda de fugitivos, publica el diario La Nación.

Aprovecharon y les encomendaron la tarea. En dos meses, los agentes especiales federales ubicaron a Claudio Alberto Báez y lo detuvieron.

Los guió una llamada clave de una niña: “Hola. ¿Está el abuelo?”, preguntó la menor, que hablaba desde el teléfono de su padre en la localidad de Manuel Alberti, Pilar. “Sí. Se está bañando”, respondió una mujer del otro lado de la línea, en una casa del barrio Cooperativa El Hornero, de la capital cordobesa.

La niña, su padre y la mujer que la atendió ignoraban que la comunicación era monitoreada por los policías de Interpol, que habían obtenido los números telefónicos de la familia de Báez.

El “abuelo” por el que preguntaba la chica estaba catalogado como uno de los diez prófugos más buscados por la Policía Federal.

Báez estuvo en la clandestinidad durante más de siete años. El 23 de abril de 2010, el Tribunal Oral Nº 7 de San Isidro, integrado por María Coelho, Mónica Tisato y Eduardo Lavenia, lo había condenado a 20 años de cárcel por abusar de un chico de cuatro años, uno de los pasajeros del vehículo que conducía, al que llevaba desde un colegio de San Isidro hasta su casa, en un country de Grand Bourg.

“Conocí a Claudio cuando llevaba, en su auto, a las hijas de unas vecinas mías al colegio. Me generó confianza y, posteriormente, lo contraté para que llevara a mi hijo. Al regresar del colegio, mi hijo era el último al que dejaba. Llegaba entre las 13 y las 13.30, pero a medida que pasaba el tiempo, el viaje se hizo cada vez más largo”, declaró la madre del niño en el juicio.

Debido a que durante la investigación el juez de Garantías de San Isidro que supervisó el sumario calificó la conducta criminal de Claudio Báez como abuso sexual simple, el acusado llegó al juicio oral en libertad.

Pero durante los alegatos, y a partir de las pruebas y los testimonios que se conocieron durante el debate, el fiscal Diego Molina Pico pidió que Báez fuese condenado por abuso sexual doblemente agravado por ser ultrajante y por el daño causado a la salud del menor.

Al advertir que podían condenarlo a una pena más grave, Báez huyó. Los investigadores sospechan que durante sus dos primeros años como fugitivo habría contado con la protección de un grupo de policías bonaerenses. Luego, al comprobar que ya nadie lo buscaba, Báez se refugió en la casa de un familiar en Córdoba.

“Los ataques sexuales que el chico padeció le dejaron secuelas para toda la vida y no las va a superar jamás. Nunca volverá a ser el niño que era antes de que la depravación del acusado interfiriera en su corta vida. Sus padres no van a tener jamás el mismo hijo. Y lo van a tener que contener y asistir siempre para que pueda recuperarse”, sostuvieron los magistrados del Tribunal Oral Nº 7 de San Isidro al fundar la sentencia contra Báez.

En esa sentencia, y con el acusado desaparecido, los jueces ordenaron la inmediata detención de Báez y pidieron su captura. Ante la falta de éxito, renovaron esa solicitud cada año, con oficios que se mandaban desde el tribunal a las cuatro fuerzas federales de seguridad y a las policías provinciales.

Pero los magistrados no eran los únicos interesados en capturar a Báez. Periódicamente, los padres del niño que fue víctima del abuso sexual se reunían con los jueces para renovar el reclamo para que la detención se concretara.

Hace dos meses, los magistrados se reunieron con un grupo de policías del Comando Unificado Federal para la Recaptura de Evadidos (Cufre) de Interpol con el que habían tomado contacto durante otro juicio. En ese encuentro se delineó la estrategia para buscar y capturar a Báez.

Los policías solicitaron al tribunal intervenciones telefónicas y comenzaron a seguir a la familia de Báez. Después de que el condenado huyó, su esposa y su hijo se quedaron en el almacén de la localidad de Manuel Alberti, simulando que hacían una vida normal.

A partir del seguimiento de los familiares de Báez, los policías se enteraron de que la mujer había viajado a Córdoba capital. Luego apareció la llamada de la niña, que les dio mayor precisión. Entonces, la detención les quedó a sólo un paso.