Escapaba en un auto robado, mató a un chico y ahora lo condenaron a 35 años

1015

“Cerré los ojos, dije que sea lo que Dios quiera y choqué”, fue lo que contó el acusado cuando tuvo la oportunidad de hablar ante la Justicia. El auto que conducía lo había robado pocos minutos antes y la decisión que tomó terminaría provocando una tragedia irreversible. Fue en diciembre de 2014: Claudio Luciano Soria (34) y sus cómplices aceleraban perseguidos por la Policía y se llevaron por delante el coche en el que iban una mujer, sus dos hijos y un amiguito, Luciano Ramirez (11), quien moriría luego de algunas horas de agonía. Ahora el conductor recibió una condena a 35 años de prisión.

Según publica el diario Clarín, el fallo del Tribunal Oral en lo Criminal N° 3 de Morón consideró a Soria culpable de los delitos de “robo agravado por el uso de armas y homicidio simple”, además de declararlo reincidente. Al momento del hecho, el ahora condenado llevaba dos años prófugo: había estado cumpliendo una condena a 12 años de prisión en el penal de Barker. En 2012 la Justicia le otorgó una salida transitoria como beneficio y nunca regresó.

El choque fue en la noche del 2 de diciembre de 2014, en Ituzaingó. Soria y sus cómplices habían robado un Chevrolet Onix y poco después los empezó a perseguir un patrullero. Hicieron veinte cuadras y, a la altura de Segunda Rivadavia y Acevedo, el coche chocó a 128 kilómetros por hora a un Ford Ka que estaba esperando a que pasara un tren y levantaran la barrera.

El Ka voló y golpeó contra otro auto. La banda huyó corriendo, pero el que manejaba –Soria– quedó atrapado adentro. Vecinos lo agarraron y le dieron una paliza hasta que llegó la Policía y lo detuvo.

En el Ka, Luciano Ramírez –que iba con sus amigos de 5 y 11 años– se llevó la peor parte. El chiquito quedó internado en el Hospital Italiano, pero terminó muriendo.

Según las pericias, Soria no llegó siquiera a intentar frenar.

“Confieso que ha sido muy difícil escoger el modo de iniciar este veredicto, tanto como las palabras adecuadas para intentar reflejar de algún modo lo que ocurriera en el debate (…) Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que lo sucedido, de un modo brutal para unos y angustiante para otros, modificó la vida y el futuro de todos aquellos que lo protagonizaron”, escribió uno de los jueces en el fallo.

Al escucharlo, Natalia –la mujer que manejaba el Ka– comenzó a gritar con desesperación. “¿Quién puede describir el dolor? ¿Qué palabras utilizar para aquello que no puede explicarse?”, se preguntaron los jueces. El veredicto destacó el testimonio de la mujer. Su “relato resumió todo aquello que está más allá de las palabras. Y fue tan vívido, tan sentido, tan real todo lo que dijo que no hubo razón para preguntas”, se leyó en el fallo.

Al declarar, Natalia recordó que Luciano era el mejor amigo de Gabriel, su hijo mayor. Y que aquella noche estaban volviendo de una sesión de rehabilitación del menor de los nenes. La víctima los había acompañado y habían pasado la tarde juntos. La mujer contó que los chicos se la habían pasado bailando “el meneadito” una hora entera y hablando de sus planes. Sobre el hecho en sí, rememoró que mientras estaban esperando que abrieran la barrera, se pusieron a discutir sobre el gusto de los helados que tenían previsto pedir cuando llegaran a su casa. Y que entonces comenzó a oír sirenas.

Natalia miró por el espejo retrovisor, alcanzó a ver la cara de Luciano y un auto rojo que se les acercaba a toda velocidad. Luego estallaron los gritos. El menor de sus hijos había quedado tirado en el piso del coche. “¿Qué pasó, mamá?”, gritó. Luciano tenía la cabeza apoyada sobre las piernas de su amigo Gabriel. No se movía. Todo era desesperación y confusión. El fallo describió que la mujer no pudo volver a hablar nunca más con la mamá de la víctima. “¿Qué puedo decirle? Perdoname. Dios y la Justicia sabrán. Hoy es el principio del fin y cada uno deberá pagar por lo que hizo”, declaró.

Gabriel sigue yendo al mismo colegio, pero intenta evitar hablar de lo que pasó aquella noche y de la muerte de su amigo. El día en que su mamá fue al juicio para dar su testimonio, él prendió una vela.