Se fue de su casa por miedo a su ex marido: “Yo sé que me va a matar”

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Para ella estar tranquila, en paz, es vivir sin miedo. Es poder salir a la calle y caminar sin temor a que aparezca su expareja y la muela a golpes otra vez. Hace casi un mes huyó de su casa en Plaza Huincul junto a sus dos hijos, de diez y seis años. Salvo algunos familiares, no le dijo a nadie adónde se radicó. Aún asustada, con secuelas en la piel de los años que vivió en el infierno, ofreció al diario “Río Negro”, su testimonio con una única condición: que no se sepa su nombre ni la ciudad donde está viviendo. Su gran miedo es que su ex la encuentre y la mate.

Más de 50 denuncias que radicó en los últimos años -diez entre mayo y noviembre de este año- descansan en los juzgados neuquinos. La jueza Graciela Blanco había dictado una restricción para que el hombre no tenga contacto con ninguno de los tres y ordenó un rondín policial cotidiano. Pero la policía no cumplía esas visitas y hace un mes y medio sufrió el último ataque y decidió huir con lo puesto.

“Después de las denuncias, la restricción y la orden del rondín policial él se quiso llevar los nenes; yo quise evitarlo, me agarró y me revolcó de los pelos por la vereda y ahí me di cuenta que un día me iba a matar, que ni la policía, ni la jueza iban a hacer nada y me tuve que escapar con los nenes. Lo demoraban dos o tres días y nada más. Si no me iba, ya hubiese estado en los diarios de todo el país… yo sé que me va a matar”, advierte.

Pese a las leyes, programas de protección, conferencias y anuncios políticos contra violencia de género, la realidad de las víctimas es otra. El violento está en su casa y para ellas, a veces, la única opción para sobrevivir es escapar.

F. tiene 27 años y su ex casi 50. Él trabaja en la industria del petróleo. Lo conoció a los 19, siendo mamá soltera y humilde. La idea de formar una familia la cautivó. “Quería una familia, ser mamá, tener una casa… me junté con él y me ayudó a criar al más grande”, recuerda. Y el hijo de ambos llegó en el 2008.

Los primeros años de convivencia fueron tranquilos pero hubo señales. “Cuando estaba embarazada empezó a gritar, venía enojado del trabajo… un día me puse a discutir, ya me trataba como un perro, y partió el andador del nene en dos. Ahí le empecé a tener miedo pero seguí viviendo con él porque tenía los nenes. Me decía que si me separaba me iba a morir de hambre. Cuando quería comprar comida para llevarle a mi mamá me empezó a pegar. Empezó con tirarme los pelos. Después forcejeaba, me apretaba y me dejaba sin aire. Yo cansada, porque los brazos no me daban más, me quedaba quieta, ¿qué más podía hacer?”, dice.

F. no se animaba a denunciarlo pero un día lo hizo. Cuenta que los policías la cuestionaban y le decían “que me la aguante porque me había metido con un viejo”. “Después una policía me dijo que me había metido con él por la plata. Ellos avalaban que me pegara”, recuerda.

Pasaron unos tres años así. “Cada vez que me iba no tenía para el alquiler ni la comida y volvía con él porque no tenía nada. Me iba de la casa y hasta la ropa me quitaba. Yo volvía con él, me decía que iba a cambiar por los nenes, nos íbamos de viaje, hacía tipo de luna de miel, pasaban tres meses o cuatro y me volvía a pegar”.

En 2012, cuando decidió separarse, todo empeoró. “Una vez me encerró en la casa y me dijo que nos íbamos a separar. Me dijo ‘vení, tomemos algo’, me convidó whisky y al parecer le puso pastillas que él toma para dormir. Me quería matar o no sé qué… quedé atontada y me empezó a pegar, me quise defender y me dio con la culata de un arma en la cabeza. La policía tuvo que romper de un escopetazo la persiana y entrar por la ventana. Me sacaron desmayada. Los vecinos llamaron a la policía por los gritos de los nenes que gritaban ‘no mates a mi mamá'”. Con ese relato, a F. le cambia el tono de voz y aflora miedo.

Tras las tormentas, él prometía calma pero después “quería tener sexo a la fuerza y yo lloraba, me tiraba de los pelos… me violaba las veces que él quería. Para mí es un psicópata, me hacía mierda, me pegaba y después me quería hacer el sexo”.

En las denuncias constan las transcripciones de las llamadas y mensajes con las amenazas, de todo tipo, como que la iba a prender fuego o que la apuñalaría cuando estuviera durmiendo. “Lo pasado, pisado. No le tengo bronca, lo único que quiero es salir adelante y vivir en paz”, concluye.