El perfil macabro del joven acusado por el doble homicidio en El Palomar

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La escena del doble crimen de Sabrina Martín (24) y su hijo de 3 años presentaba una característica dual: por un lado, las heridas en los cuerpos de las víctimas mostraban un ataque brutal, con saña e ira. Pero el autor de los asesinatos había actuado, al mismo tiempo, en un estado de conciencia que le permitió preparar el escenario. Antes de escapar con Mía, la nena de 6 años que fue hallada el miércoles pasado por un maletero en Junín, lavó cuidadosamente los rastros que dejó con su calzado manchado por la sangre y se cambió de ropa. La pericia de luminol mostró a los fiscales Claudio Oviedo y Cecilia Corfield el recorrido que realizó por la casa y cómo se limpió en el baño la sangre que habría quedado en sus manos y sus brazos. También, se habría cambiado la ropa.

Según publica el diario Perfil, el hermano de Sabrina reconoció como propia la camisa que llevaba Enrique Alcaraz (25) al ser detenido. En esa prenda encontraron una salpicadura de sangre que será peritada y cotejada con el ADN del presunto homicida el martes próximo.  

Por último, pretendió disfrazar el crimen: pasadas las 2 de la madrugada del lunes, gritos y un fuerte golpe despertaron a los vecinos de El Palomar. Un hombre intentaba, con desesperación, acceder a la vivienda de su pareja. Sentía un fuerte olor a gas y no había respuesta del otro lado de la puerta. Cuando logró entrar, se dirigió a la cocina y cerró la llave de gas. Comenzó, entonces, a buscar a la joven y la encontró: yacía muerta detrás de la puerta de una de las habitaciones. Pero no era producto de asfixia por inhalación de dióxido de carbono. Había sido asesinada a puñaladas.

El hallazgo de Ian fue una sorpresa: lo encontraron cuando uno de los forenses vio una mancha de sangre en la pared y corrió una almohada que le tapaba la cara al pequeño. El asesino lo había cubierto, además, con una frazada. El nene presentaba 22 puñaladas en tórax y cabeza. La madre recibió nueve en la espalda, la cabeza, garganta y pecho. El filo del cuchillo le cortó la yema de los dedos cuando intentó detener el
ataque.
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Durante la búsqueda de Mía, los fiscales consultaron a peritos sobre la psiquis del homicida. La respuesta fue categórica: el crimen habría sido cometido por un hombre que presentaba psicosis, que habría actuado bajo un brote y que era peligroso.

Los investigadores supieron, a través de declaraciones testimoniales, que Alcaraz había conocido a su madre hacía unos seis meses, pero le permitía que Mía lo acompañase a la carnicería donde trabajaba y a una fiesta de Halloween. La buena relación entre ambos era evidente. Aunque se había tornado obsesiva por parte del adulto.

Es probable que Sabrina Martín no conociera el peligroso perfil de su amigo. El carnicero se jactaba de su gusto por los cuchillos y “siempre estaba armado” con uno. Quienes lo conocen lo describen como violento e inteligente. Si bien no tiene antecedentes penales, su familia contó que tuvo problemas de conducta cuando era chico y que pasó por la Fundación Felices Los Niños del padre Julio Grassi, condenado a 15 años de prisión por abuso sexual de menores.

Sobre su estilo de vida se sabe poco. Trabajó por un año en una carnicería, pero lo hacía de forma intermitente. Hacía changas, trabajó en un ciber y pedía dinero. Era nómade. Dormía debajo del puente de la Autopista del Oeste, a la altura de la avenida Rosales. “Era como un fantasma. Iba y venía. Aparecía por veinte días y después se borraba”, detallaron los testigos.

Pero tal vez lo más inquietante sobre su personalidad sea su aparente necrofilia. Le gustaba decir que había tenido relaciones sexuales con cadáveres y que había pagado para hacerlo. Tan presente estaba la fantasía en la mente de Alcaraz, que los investigadores lo buscaron una medianoche en los cementerios de Libertad y Santa Mónica, dos lugares que frecuentaba.