Maira, la víctima de un violador serial despiadado que utilizó su historia para sanarse

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Maira Trevisioli tenía 19 años cuando, en 2012, su vida cambió por completo. Un violador serial, que estaba libre gracias a un beneficio judicial al que nunca debió haber accedido, la sometió sexualmente en un descampado de Mar del Plata, amenazándola con un arma de fuego y repitiéndole que la mataría si no hacía lo que él quería. Ahora, siete años después de esa pesadilla, transformó el dolor y el miedo en algo más: contó su historia en un libro de su autoría, que presentará hoy y con el que sueña poder llegar a muchas chicas que transitaron su mismo calvario y que todavía, por temor o culpa, no se atreven a manifestarlo.

En diálogo con el diario Perfil, la por entonces estudiante de Educación Física y actual empleada en una panadería familiar puntualizó que la obra, titulada Encontrarnos es una manera de sanar: historia de una sobreviviente, la arrancó en 2015 y pasó por momentos críticos, en los cuales hasta le daba vergüenza leer ciertos pasajes. “Tiene cinco capítulos, y el primero es muy fuerte. Cuento todo lo que pasó ese 20 de septiembre de 2012”, informó.

Y se adentró en el relato: “Eran las 7 de la tarde y salía del gimnasio. Este hombre (por Claudio Napolitano, a quien habían condenado a 25 años de prisión por siete violaciones y liberaron antes de tiempo por la ley del 2×1, para volver a abusar de siete mujeres más) me agarró del cuello, me apoyó un arma en la cintura y empezamos a caminar. Decía que era un robo y que iba a dejarme, pero nunca lo hizo y me llevó a un descampado del barrio El Martillo, donde me violó. Aún era de día pero no había nadie en la calle, pese a que es una zona transitada y hasta pasamos por una avenida y por casas de amigas mías. Siempre viví ahí y me conocen, pero no me crucé a ningún vecino”.

Ya en el baldío llegarían los momentos más traumáticos. “Él estaba muy drogado y me decía que lo hacía por eso. Se justificaba. Estaba sacado y muy nervioso, más que yo. Como no lograba una erección me tuvo un rato largo intentando que yo haga un montón de cosas asquerosas. Por eso me tuvo tanto tiempo, dos horas. Siempre amenazándome con que iba a matarme. Estaba encapuchado y no podía verlo a la cara, además de que me obligaba a que no lo hiciera. Sólo podía reconocerle la voz”, recordó y detalló que le ató los brazos atrás “con los cordones de mis zapatillas”.

Añadió que nunca pensó en escapar, “lo que quería era irme viva de ahí y él me decía que si gritaba me mataba. Entonces hice todo lo que él quería al pie de la letra. Al principio no me daba cuenta lo que estaba viviendo, hasta que sentí mucho dolor y me largué a llorar. Estaba en shock, no entendía. Él estaba muy nervioso y yo trataba de aflojarlo; le tiraba chistes porque tenía miedo que se volviera loco y me pegara un tiro. Cuando logré salir del descampado empecé a correr y a decir ‘estoy viva’”. Aseguró que no conocía a su atacante, y que se enteró después que trabajaba como “seguridad de unos locales” de la zona. Antes de escapar, el depravado se llevó el celular de Maira y “la bufanda con la que limpió todas las pruebas”. Sin embargo, no se apoderó de la bombacha, como sí lo había hecho con otras de sus víctimas, y gracias a los rastros que se encontraron en ella “se determinó en un 99.99%” su participación en el episodio.

Napolitano no sería capturado hasta mayo del 2013, meses en los que ejecutó, al menos, dos violaciones más. “En su casa hallaron revistas pornográficas y bombachas de las otras chicas”, y sumó un dato perverso: “Mi celular se lo regaló a su hijo”.

 Tras el abuso sexual, aparecieron los ataques de pánico y las sensaciones de culpabilidad que la hicieron sopesar, incluso, la idea del suicidio. “Un hecho así te da vuelta la cabeza. Llegué a perder toda la fuerza y pensé en quitarme la vida. Hubo momentos, sobre todo al principio, que me culpaba por agarrar esa calle. Es un proceso donde sentís vergüenza y culpa. No quise saber más nada con la facultad, sentía que todo el mundo me tenía etiquetada como la chica violada”.

Sin embargo, fue gracias a un joven que trabajaba en la fotocopiadora de la universidad, y con quien mantenía una buena relación, que se decidió a volcar su tragedia en papeles. “Me dijo que había soñado que escribía un libro y que me había ido muy bien. Me quedó sonando en la cabeza y decidí que estaría bueno mostrarle al mundo lo que sentí y viví.  Me contacté con una periodista, ella me ayudó y arrancó el proyecto”.

Orgullosa del producto, indicó que lo escribió “de puño y letra, como si fuera un diario íntimo, aunque eso fue mutando con el tiempo. Fue totalmente liberador. Expresaba lo que sentía, lo largaba y me olvidaba después. Sentía que me sacaba una mochila de encima. Fue muy sanador y liberador; escribir me ayudó a curar el dolor. Me encontré conmigo misma, empecé a hacerle caso a lo que quería porque me di cuenta que podemos perder la vida en cualquier momento. Cuando salí de ahí, de ese hecho tan cruel y feo, dije que iba a empezar a vivir como quería. En un punto soy lo que soy por eso”.

Reveló que el proceso de la obra tardó tres años y medio, donde “hubo momentos en que no quería saber nada y otros que no podía ni leer lo que había escrito”. Por último, expresó que el libro tiene dos objetivos. Uno personal por “haber logrado terminar algo que me hace sentir orgullosa” y también “ayudar a los que todavía no pudieron hablar, por miedo o vergüenza. Si mi libro le llega aunque sea a una persona, para mí es un montón”. Y no dudó en aseverar: “Me gustaría darle el libro (a Napolitano) y que lo lea. En un futuro se lo haré llegar”.