La transformación de Sierra Chica: de las “empanadas de presos” a la cárcel ecológica

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Pasaron más de veinte años de aquella Semana Santa trágica de 1996 en la que un grupo de presos, conocidos como “Los Doce apóstoles”, tomaron el control del penal de Sierra Chica después de un fallido intento de fuga. Fueron ocho días de tensión, caos y muerte. Ocho internos fueron asesinados, con sus restos hicieron empanadas y con la cabeza de uno de ellos jugaron a la pelota en el patio de la Unidad Nº2. Hoy la historia es otra: setenta detenidos participan de un programa denonimado “basura cero”, en el que clasifican los residuos y luego elaboran cepillos, elementos de cestería y hasta nutren la tierra de la huerta.
La cárcel del horror, donde actualmente está detenido el mayor asesino de la historia criminal argentina, Carlos Eduardo Robledo Puch, es ahora un penal ecológico.
Según fuentes penitenciarias, los internos de las unidades 2, 27 y 38 (que componen el complejo penitenciario de Sierra Chica) fueron capacitados en un curso de “Gestor Ambiental”. Los pabellones cuentan con recipientes de distintos colores que ayudan a seleccionar los residuos.
El Proyecto “Basura Cero” es impulsado por el Ministerio de Justicia y cuenta con el apoyo de la cartera de Desarrollo Social de la provincia de Buenos Aires y el Patronato de Liberados, que depende de la Secretaría de Derechos Humanos.
Gustavo Ferrari, ministro de justicia bonaerense, aseguró que “la decisión política de la gobernadora, María Eugenia Vidal, es la de llevar adelante proyectos que procuren generar a las personas detenidas oportunidades laborales y brindar hábitos laborales para afrontar la reinserción social.
Gabriela Pizzano, representante en Sierra Chica de la Dirección de Trabajo del Servicio Penitenciario Bonaerense (SPB), es la que está a cargo del Departamento Regional de Cultura Laboral. Es una de las mentoras del Programa Basura Cero: “El reciclado surgió por la gran cantidad de basura que se juntaba en la cárcel, salió de la Unidad 2, la más grande del Complejo. A partir de ahí concretamos un análisis, ¿por qué no se hacía ningún tratamiento con la basura? Sólo venía una empresa privada y se llevaba los seis conteiners”, relató.
Un estudio realizado por el SPB comprobó que el 90 por ciento es residuo orgánico y el resto, en una gran proporción, plástico, por lo que los funcionarios empezaron a analizar qué se podía hacer para darle un valor agregado a todo lo que se juntaba.
“En las tres Unidades se está dando el Curso de Capacitación en Gestión Ambiental, y a través de contactos con las Cooperativas de Trabajo del conurbano, cuando el interno recupere la libertad, con ese certificado pueda acceder a un lugar de trabajo genuino”, explica Pizzano.
Gloria Basso es quien dicta estos talleres: “La idea es que puedan trabajar en la separación de residuos y la concientización, ya que en las unidades penitenciarias se generan grandes cantidades de basura no solo por parte de los internos, sino también de los familiares que concurren a la visita los fines de semana y todo lo que estamos generando es dinero que tenemos que ser conscientes de que podemos recuperarlo”.