Cuestión de desenmascararlos

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Por Marcelo Romero (*)

No hay que ser un experto del FBI para afirmar que el Sistema Penal Argentino es una joda, que no intimida ni a un grupo de monjas de un convento rural.

Asumir que durante los últimos veinte años no ha existido una política criminal seria y duradera. Que, en su lugar, se ha instaurado un programa coyuntural, caracterizado por el pendulismo ideológico. Espasmódico y esquizofrénico. Un vaivén de posturas y maquillajes que van desde la “mano-dura” y la “tolerancia cero” hasta el actual y pretendido “minimalismo penal”. Siempre al compás de las encuestas de opinión, los sondeos de imágen y el calendario electoral…

Reconocer que es un absurdo de proporciones que la fuerza de seguridad federal de fronteras (Gendarmería Nacional Argentina) se dedique a cuidar autopistas urbanas. Que la fuerza de seguridad federal de vías navegables (Prefectura Naval Argentina) se dedique a cuidar barrios “chic”. Que las Policías Locales hayan sido formadas en seis meses, otorgando en ese plazo a sus flamantes integrantes, placa, pistola y autoridad…

Entender que en la República Argentina se ha invertido el paradigma del Derecho Penal, donde la víctima resulta ser el victimario y el victimario la víctima de un sistema capitalista (o “neo-liberal”) que le quitó oportunidades y lo “empujó” hacia el delito… O mejor dicho, hacia el “conflicto”… Ya que esa es la terminología adecuada en estos tiempos agrietados. Que “el delito es una creación político-capitalista que le quitó a los particulares la posibilidad de dirimir pacíficamente el conflicto, para que el Estado pueda mantener el negocio de la inseguridad, llenando las cárceles -o jaulas de exterminio- de pobres y oprimidos…”

Aceptar que la pseudo doctrina conocida como “abolicionismo penal” ha perturbado severamente el juicio crítico de estudiantes de Derecho, abogados y magistrados judiciales. Que se colonizaron masivamente las cátedras de Derecho Penal y de Derecho Procesal Penal de nuestras Universidades, instaurando este catecismo laico como obligatorio. Que lo mismo sucedió en Institutos de Post-grado, Escuelas y Consejos de la Magistratura, etc…

Tal vez, aceptando estas realidades, no sean necesarias tantas reformas ni erogaciones millonarias, para dar una respuesta adecuada a los problemas que acarrean el crimen y el criminal…

Seguramente, los gurúes del penalismo vernáculo, hoy adorados, intentarán convencer a sus decenas de miles de seguidores de que constituyen una generación de abogados privilegiada. Muy alejada del vulgo (nosotros, los dinosaurios, los vetustos, los fachos), que no conoce ni entiende nada…

Será cuestión de desenmascararlos.

(*) Fiscal penal de La Plata.